Catolicismo y literatura

La relación que existe entre mi novela El Secuestro de la Esperanza y la religión es patente desde la propia portada del libro. En la sinopsis se cita expresamente a la Iglesia Católica, pues el protagonista principal, Devassy, viaja hasta España a través de una expedición organizada por la misma. Aunque no sólo el cristianismo o más concretamente el catolicismo tiene un papel relevante en la historia de Enmascarados por el Mundo, únicamente me voy a centrar en los aspectos relativos a este culto, sin desvelar ningún detalle fundamental de la trama.

El secuestro de la Esperanza

La fe católica es abordada principalmente desde dos puntos de vista. Por una parte, el de alguien que la desprecia y no tiene reparos en mostrar su ateísmo incluso a veces con dureza, el personaje de Pedro. Por otra parte, el de alguien entregado a la misma, el personaje de Devassy. El indio, alrededor del cual gira toda la primera parte de la narración, ha estudiado para ser sacerdote, cree firmemente en el credo católico y mantiene esas convicciones firmes a pesar de los desengaños que sufre durante su pertenencia a la Institución.

Precisamente la vida interna de la propia Iglesia y de sus agrupaciones es la otra vertiente primordial en que converge la historia contada en la novela con el catolicismo. Aun sin ahondar demasiado, sí se puede decir que el ente por excelencia del cristianismo no sale aparentemente muy bien parado en el libro.

A medida que avanza la investigación que Devassy, Pedro y David llevan a cabo, se van desvelando bastantes aspectos turbios que implican a la Institución y a algunos de sus responsables. Además, la familia de los dos protagonistas españoles tiene una opinión tremendamente negativa hacia la Iglesia y sus miembros, que es expresada con crudeza en algunos pasajes de la novela y que ha determinado totalmente la ideología de Pedro en este sentido (no así la de David, cuya postura es mucho más ambigua).

Una vez establecidas estas dos premisas básicas, hay que decir que la historia que se narra en El Secuestro de la Esperanza es totalmente ficticia y en este sentido me remito, como he hecho en cada una de las presentaciones, a la “nota del autor” al final del libro.

No obstante, como también figura en la misma, eso no quiere decir que algunas de las cosas no pudieran haber ocurrido, y de hecho existen testimonios que las avalan y en los cuales me basé para construir la narración, añadiéndola después muchos toques procedentes de mi propio mundo, exterior o interior; esto ya lo dejo a la libre imaginación de cada uno. El propio Devassy confiesa en un momento dado que “no tiene evidences” (pruebas) de lo que les transmite a Pedro y David.

Explico todo esto, además de porque me parece un tema interesante, para apoyar en la medida de lo posible a todo aquél que se enfrente al relato y pueda sentirse ofendido debido a los ataques que se realizan al catolicismo, algo que asumo y comprendo perfectamente si me pongo en su lugar.

Forma parte de la vida literaria y el que suscribe no se considera ni creyente ni tampoco anticatólico, más bien soy un escéptico redomado, en esto y en casi todo lo relativo a lo no tangible. Son mis personajes los que hablan, no yo, y no me siento más identificado con la postura de Pedro de lo que lo hago con la de Devassy. Las dos me representan, pues se trata de mis creaciones, pero ninguna se corresponde con lo que yo pienso. Y en cuanto a los hechos en sí, estoy seguro de que algunos son veraces y otros no, como suele suceder con toda obra de ficción.

En cualquier caso, la Iglesia es una institución que forma parte de un engranaje complejo en el que se incluyen el Estado y toda la sociedad en su conjunto, y ese sistema está sujeto a continuas críticas en toda mi obra literaria. La Iglesia no es una excepción. Otra cosa son sus miembros individuales, monjas, sacerdotes y fieles que, como personas con una individualidad propia, son tan buenos o malos como cualquier otra fuera de la rueda social, donde creo que la mayoría nos comportamos en general como seres egoístas y bastante despreciables.

Lo cual paradójicamente tiene poco que ver, dicho sea de paso, con los valores de base cristianos que se han inculcado a la inmensa mayoría de las personas pertenecientes a la generación Y o millennial española, a la que pertenecen David y Pedro, pese a lo cual muchos de estos jóvenes son materialistas y reniegan de la fe, aunque un buen puñado de ellos se siga casando en templos cristianos.

Para rematar esta reflexión, comentaré una anécdota que tiene mucho que ver. En uno de los lugares en los que puse a la venta la novela, me preguntaron antes de nada si se “metía mucha caña” a la Iglesia, ya que no querían tener problemas. Detrás de esta persona estaban algunos títulos de Dan Brown y de Ken Follet, entre otros autores, sobradamente conocidos por no ser precisamente amables con la Santa Madre. Le expliqué más o menos lo mismo que aquí he escrito, aunque sin enrollarme tanto.

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