Profeta entre la niebla

Siempre he dicho que la sentencia “nadie es profeta en su tierra” cobra especial significado en Valladolid. Es una ciudad a veces muy complicada, incluso se podría decir que hostil según para qué cosas.  Sobre todo si uno ha nacido en algún punto comprendido entre Puente Duero y La Overuela, en algún lugar situado entre Parquesol y Pinar de Jalón. Aquí se acostumbra a valorar más lo de fuera que lo propio.

Tampoco es una ciudad fácil para los eventos culturales. Existe una leyenda urbana que dice que Valladolid se utilizaba como banco de pruebas, como laboratorio para las obras de teatro. Se estrenaban primero aquí y, si triunfaban, entonces es que ya se sabía que tendrían éxito en toda España. También puede hacerse una lectura positiva de esta anécdota, y considerar que aquí tenemos un buen paladar cultural.

Sea como fuere, la realidad es que no es una ciudad donde te vayan a recibir a aplausos ni por tu DNI ni porque seas un tío con mucha voluntad, sacrificio y entusiasmo. Hace falta algo más, un toque de no sé qué, estudiado desde hace siglos, quizá desde que el Conde Ansúrez repobló este valle, y jamás identificado del todo.

Desconozco si yo poseo eso. De verdad que no lo sé. Pero sí puedo decir que mi relación con Pucela no es la del vallisoletano típico. Por una parte, la critico ferozmente con asiduidad, me quejo de la sensación de desapego que a veces genera, de la frialdad y hosquedad con que te trata, pese a que la adore. Remarco sus carencias como uno lo hace de la persona de la que está enamorada sin remedio, aun cuando está llena de defectos. Pero por otra parte tengo forjada una alianza con ella que no podrá quebrarse jamás y me acompañará siempre, esté donde esté.

El martes 5 de diciembre de 2017 confirmé en la Librería Maxtor que tal lazo se anuda en algunos días especiales, sobre todo cuando el otoño va languideciendo para dar paso al invierno, durante esas fechas que algunos ya llaman Prenavidad. Existe una sensación extraña y rara desde los primeros pasos que di en mi vida de que casi todo me puede salir bien cuando la niebla inunda la ciudad, envuelve las luces de las calles y los escaparates y las temperaturas caen hasta niveles gélidos.

Sabía que las dos presentaciones de El Secuestro de la Esperanza iban a ser muy especiales. La del sábado en La Flor de la Canela lo fue de una forma irrepetible, por el ambiente informal y la forma en que se desarrolló. Sabía que mucha gente vendría a arroparme ambos días. Pero ni por asomo podía imaginar que Maxtor se llenaría como se llenó. No quedaba una silla libre de las cuarenta que constituyen el aforo y mucha gente tuvo que seguir el acto de pie.

Sus responsables, a quienes aprovecho para dar las gracias por haberme cedido ese atrio fantástico que transporta inmediatamente a las imágenes de las librerías clásicas con encanto, me dijeron que había sido la segunda presentación más multitudinaria del año y con mayor número de ventas. Los ejemplares se agotaron y hubo varias personas que se quedaron sin libro, lo cual pese a la satisfacción que me embargaba lamenté bastante, aunque sé que lo adquirirán estos días, si no lo han hecho ya.

Conté con el apoyo de familiares, amigos de toda la vida y otros más recientes, compañeros de trabajo que también son amigos, conocidos de diferentes ámbitos de mi vida, alguna persona desconocida por completo… Pero lo que hizo al evento completamente irrepetible fue la presencia de unas cuantas personitas que me quieren casi tanto como yo a ellas y que pusieron el broche de oro a un cierre de gira inolvidable.

Con sus preguntas, su interés y su curiosidad, me llegaron como tantas otras veces al corazón. Algunos incluso estaban indignados por no haber sabido hasta ahora que su tío, monitor de inglés o profesor escribía novelas que luego presentaba en librerías delante de tantas personas. Los pobres se creen que soy un tipo famoso, aunque en realidad lo que me emociona de verdad es serlo para ellos y para todas las personas que me acompañaron y disfrutaron conmigo en estas dos últimas presentaciones de Valladolid.

De esta forma, por todo lo alto (como diría si fuese un optimista), he acabado un recorrido que empezó en Madrid hace un mes, aunque por mi alma, mi mente y mi cuerpo ha pasado mucho más tiempo. Ni mucho menos se acaba aquí este viaje, sino que me gustaría decir que no ha hecho nada más que empezar.

Sin embargo, como eso no lo sé, ya que en realidad, como dije antes, ignoro casi todo lo que tiene que ver con esta aventura, me quedo con la sensación de haber surgido en ese momento del año tan crucial para mí, cuando esta ciudad es capaz de invisibilizar a casi cualquiera. Entre la niebla traicionera, más allá de la cencellada, hasta la madrugada de mis sueños.

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