Literatura diferente

El pasado jueves estuve en la presentación de la novela La Disputa de los Caídos, de Ana Vadillo, paisana vallisoletana mía, en el Café Berlín. En un momento dado, afirmó algo que yo también he repetido varias veces en las presentaciones de El Secuestro de la Esperanza. Que su libro tenía algunas características que le hacían original y diferente del resto de la literatura actual, por lo menos hasta donde abarcaba su conocimiento.

Ayer mismo empecé a leer La Disputa de los Caídos, ya que su autora me transmitió la idea de que tenía frescura, mezcla de géneros y sobre todo calidad y riqueza en las descripciones de personajes, algo no muy habitual en el panorama literario de estos tiempos. Por lo que llevo leído hasta ahora, me parece que no me he equivocado y que efectivamente tiene una voz propia y particular, si bien por el momento son pocas páginas y por tanto no puedo juzgar aún si lo que Ana decía es cierto o no. En cualquier caso le agradezco haberme hecho rescatar ese concepto que, metido en la vorágine de actos de promoción en la que he estado, había perdido un poco de vista.

He hecho un breve recorrido por los libros de ficción que están de moda, según los rankings que elaboran distintos blogs literarios, basándose en la popularidad y en los índices de venta. Confieso que no he leído ninguno de ellos, porque de un tiempo a esta parte acostumbro a leer autores clásicos o contemporáneos que posiblemente nunca habrían estado incluidos en esa lista de éxitos de haber nacido en esta época.

Claro que mi manera de escribir no es totalmente única, como no lo es la de ningún escritor, y posiblemente sin darme mucha cuenta de ello tengo influencias de diversos autores a los que he leído y admiro, desde Delibes, Pérez Galdós o Cela hasta Carlos Ruiz Zafón, pasando por Eduardo Mendoza.

Pero mi estilo es tan personal que dudo que se parezca a alguno de los que atesoran supuestas cifras exorbitantes en Amazon, El Corte Inglés o la Casa del Libro, si acaso recuerda mucho más a escritores antiguos (que no significa “pasados de moda”, pero así suele ser en realidad). Actualmente no se estila la descripción ni el análisis emocional de hechos y personajes (se lleva más la escritura tipo tweet, el recurso rápido y fácil, el impacto directo en frases cortas y el ritmo vertiginoso), aunque no tengo la certeza de que yo sea el único que lo haga.

Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es de que el tema que trato en Enmascarados por el Mundo, saga en la que se enmarca El Secuestro de la Esperanza, no ha sido aún tratado en la literatura española de ficción, que por otra parte suele virar casi exclusivamente entre la novela negra, la histórica y el conflicto patrio (Guerra Civil, ETA, memoria histórica, etc.), aunque últimamente también tiene tirón escribir sobre historias de superación personal en contextos actuales difíciles, que para mí tienen un cierto tufillo a autoyuda.

No me refiero a que no haya novelas que hablen de la crisis, la corrupción o la emigración y las pongan como marco una trama de intriga, pues posiblemente se hayan publicado unas cuantas que más o menos aborden esos asuntos y de esa manera en los últimos años.

Me refiero a la vocación de historia imperecedera, de crónica generacional, de relato de la época que estamos viviendo a través de tres jóvenes protagonistas que van contando a lo largo de los años, como si fuese una especie de Cuéntame Cómo Pasó millennial o un Boyhood a la española, las transformaciones de la sociedad española desde su prisma de personas individuales que acaban teniendo un papel protagónico en el discurrir de los acontecimientos y como afectan a su propia maduración personal. Porque eso exactamente es Enmascarados por el Mundo.

Tampoco creo que a nadie se le haya ocurrido hasta ahora narrar la historia de la última década en España de forma metafórica y utilizando un país aparentemente tan remoto y distinto al nuestro como la India a modo de espejo. Porque eso también es Enmascarados por el Mundo.

Se dice que en la narrativa actual se lleva la mezcla de géneros. Pero no creo que a nadie se le ocurra a día de hoy combinar comedia costumbrista con suspense, drama con fantasía esperpéntica y ocasionalmente terror, novela política y de denuncia social, aventuras con relato juvenil, clasicismo con lenguaje callejero. Excepto a mí.

Bueno, eso pensaba al menos hasta que escuché a Ana Vadillo.

La escritora pucelana también hizo un paseo durante su presentación por unos cuantos de esos géneros. Como ella y como yo, imagino que habrá otros. El problema es que incluso para Ana o para mí es difícil conocerlos, porque no salen ni saldrán en las listas de superventas ni en los medios de comunicación ni en las tertulias literarias, simplemente por el mero hecho de pertenecer al anónimo universo que queda fuera de los grandes grupos editoriales a los que es imposible acceder sin padrino. Ni siquiera tenemos una legión de seguidores dispuestos a retuitear, compartir o difundir nuestras publicaciones de promoción para que nuestro trabajo se viralice.

Quizá simplemente cometamos el pecado de escribir de forma diferente. Pecado del que yo al menos me siento orgulloso.

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