Contaré una pequeña anécdota de esas que luego se relatan en las entrevistas cuando el tipo o tipa en cuestión es famoso y casi nadie se las cree. Como yo no lo soy, y en cualquier caso mi fama sería de descafeinado cortado, tengo la credibilidad menos en entredicho.
Conocí la librería-papelería Yuste por pura casualidad. Se concatenaron varios factores que dieron lugar a ello. Algunos lo llamarían suerte, otros azar y alguno que otro destino. Yo prefiero no ponerle etiqueta, no vaya a ser que me quede clasificado entre los carpesanos, como les decíamos antes en Pucela a los portafolios.
Yuste no estaba entre los lugares que tenía listados durante mi primera visita a Salamanca en pos de organizar una presentación para El Secuestro de la Esperanza. Google Maps no la había considerado suficientemente importante. El sesgo cibernético me conducía a sitios de nombre más ilustre y localizaciones más próximas a rincones tradicionales de la ciudad del Tormes.
Pero aparqué el coche cerca. Y eso hizo que variara el camino que pensaba seguir en dirección a la archiconocida Plaza Mayor de la capital charra. Pasé por delante de un establecimiento que vendía libros como negocio residual y me dio por entrar a preguntar. Fue el hombre que lo regentaba, realmente agradable y dispuesto, el que me recomendó ir a Yuste.
Allí, desde el primer momento en que hablé con Maribel, supe que había encontrado mi sitio. Un espacio que tiene un poco de ambiente de cuento acompañado de detalles que van desde lo modernista hasta lo vintage pasando por lo underground o lo cinematográfico.
El resto de la historia es fácil imaginarla. Se me abrieron las puertas de un rincón fantástico de esa ciudad que encierra historia antigua y en la que se respira cultura, diversión y cercanía a partes iguales.
Ayer penetré como un intruso-invitado con privilegios por ese umbral y ofrecí lo único que puedo. Honestidad y entusiasmo hacia mi nueva novela, con la que ya cuentan varios representantes muy cualificados de la vecindad salmantina. Estoy seguro de que otros muchos la irán adquiriendo, para lo cual sólo tienen que ir a Yuste y pedirla.
Lo hice en familia, que en esta ocasión no es una frase hecha, porque aparte de buenos amigos que también me quisieron acompañar, allí tengo la suerte de contar con una familia que me conoce desde que era un adolescente y ya tenía la literatura entre ceja y ceja. De reencontrarme con alguien por tercera vez, tal vez la definitiva. De revivir la era de noches encantadoramente terroríficas en pequeños pueblos mineros. De ver a alguien que es mi esperanza rescatada. A todos ellos les doy las gracias por haber hecho ayer de Yuste un lugar más mágico del que ya es.
Al final, sin quererlo, he dicho la palabra. La mía. Magia. Tal vez Salamanca tenga un poco de eso. Y a fin de cuentas, si me tienen que archivar en una carpeta, mejor que sea en una de las que hay allí.
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