Mientras el comercio de España se demoraba entre el afán consumista procedente de los oceánicos (que diría Alonso de Entrerríos), hubo un lugar al norte de Burgos, limítrofe con Euskadi, donde el tiempo pareció paralizarse. Se sacó el cartel del tiempo añadido, de duración incierta, y se estableció una prórroga de calma para compensar tanto desenfreno.
En la Librería Estudio de Miranda de Ebro, que Olivia Lahoya capitanea con encanto y una inquietud cultural que ya podrían aplicarse muchos supuestos patrocinadores de las letras, presenté El Secuestro de la Esperanza en una suerte de prolongación del Black Friday.
Lo hice de la forma más agradable posible, en familia (expresión en este caso literal) y dando a conocer el libro a varios mirandeses y mirandesas que se unieron a ese descanso poscomercial que creo que todos necesitábamos. En mi caso no hay duda de que lo reclamaba, después de una turné de actos muy intensa, que comenzó en Madrid hace casi tres semanas y que me ha llevado a recorrer la geografía castellano-leonesa hasta casi sus confines, antes de que la cierre en mi Pucela natal.
Independientemente del recorrido que a la postre tengan El Secuestro de la Esperanza y la historia de Enmascarados por el Mundo, siempre recordaré de una manera especial la presentación en Estudio por la singularidad de la fecha y por cómo se desarrolló. Si bien en todas las presentaciones me he sentido muy a gusto, ésta fue diferente por muchos motivos.
Es posible que tenga que ver con el carácter de la gente de Miranda, cercano y cariñoso. Puede ser que el autor estuviese ese día especialmente motivado y soltó algún chascarrillo de más que tuvo su respuesta agradable. También simplemente pudo deberse a que el día, después de todo, tenía algo puro y blanco, sin ambages, especulaciones ni mercadeo.
Pero sobre todo se debió a que en esa ciudad se hunden parte de mis raíces, las cuales todavía se riegan a día de hoy pese a la distancia, que es puramente física y no emocional. También quiero pensar que había algún espíritu juerguista que pedía a gritos Volver, aunque fuera con la frente marchita, para tomarse unos chacolís y cantar aquello de “Anda, anda, anda, los de Miranda”.
Al final, el Viernes fue de todo menos negro. Y ello pese al diluvio que, de madrugada, me acompañó durante mi regreso solitario por las entrañas oscuras y desoladas de una región a la cual, aunque la secuestren la esperanza todos los días, tiene rincones como la Librería Estudio de Miranda de Ebro donde se puede rescatar.