La Catedral de San Antolín de Palencia fue durante años una perfecta ignorada dentro del conjunto de fantásticos monumentos histórico-artísticos que pueblan el paisaje español y concretamente el castellanoleonés. Tal vez para compensar tamaño olvido o porque simplemente tocaba que cogiera fama, al albor de esa corriente injusta que determina qué es tendencia y qué no, se la apodó “La Bella Desconocida”.
No es Palencia una ciudad que lo tenga fácil por su situación geográfica, más o menos a mitad de caballo entre las dos ciudades más pobladas de la comunidad, Valladolid y Burgos, y que acumulan, sobre todo la primera, la mayor parte de las sedes oficiales de la región. Por eso, la propia ciudad palentina es en sí misma como su edificio catedralicio, una bonita desconocida, que se recoge en su propio anonimato pero que guarda rincones que merecen mucho la pena.
Como si todo lo que llegase a la localidad del Carrión se adscribiese a ese mal de la impopularidad, cuesta darse a conocer. Más cuando uno es un autor que se ha hecho a sí mismo y se lo cocina todo a fuego no siempre tan lento. El Secuestro de la Esperanza aprendió que también hay que lidiar con los ambientes difíciles.
Por suerte, nunca he estado totalmente solo en esta tarea. A veces me acompaña mi familia salmantina, otras mis pucelanos emigrados a Madrid, y ayer fue lo poco que me queda de mis glorias jurídicas palentinas.
Sin embargo, fue realmente Pedro, uno de los protagonistas de El Secuestro de la Esperanza, quien me ayudó ayer. Él me cedió esa valentía a veces insolente, el arrojo de mirar siempre hacia adelante con el que se muestra en las páginas de la historia que describe Enmascarados por el Mundo. Saqué la testosterona que a él le sobra y a mí nunca me ha faltado, y en su honor, me hice oír por encima de la desatención que traen siempre consigo las tres damas de honor del olvido: la indiferencia, la desgana y la dejadez.
Tengo no obstante que agradecer la educación y el respeto con el que fue escuchada la presentación en la Librería-Café Ateneo (donde, desde ayer, mi novela está a la venta, uniéndose así a las librerías Artimaña de Madrid, y Yuste de Salamanca), mientras los asistentes degustaban su consumición, y el cariño con el que fui aplaudido al final.
Tal vez sea el principio para que, incluso en Palencia, esta novela que creo que contiene también algo de belleza sea conocida a pocos metros de La Bella Desconocida.